Hace unos meses tuvimos la oportunidad de realizar un viaje a la provincia de Burgos con un grupo muy especial de Madrid. Fue un fin de semana muy gatificante y durante el cual todos aprendimos muchas cosas. Yo, personalmente, ahora veo la vida de otra manera.

Jesus Alberto Gil Pardo, soriano de nacimiento y amante de la escritura, nos regaló esta preciosa crónica del viaje que quiero compartir con todos vosotros.

No, no resulta fácil encontrar que alguien se atreva a afrontar el reto de hacer posible que un grupo de personas ciegas puedan viajar de forma plena a entornos naturales y que, no solo estemos, si no que disfrutemos en plenitud. Por eso cuando alguien lo hace posible, mi entusiasmo no tiene límites. Puede que no se entienda y que se me tache de exagerado, pero es que verdaderamente, siempre lo digo, en eso del turismo inclusivo hay mucho de teoría y poco de realidad.

El caso es que Camino Travel Tours y Sara, su responsable, acogió el reto volcándose de manera que merezca, ya de entrada, nuestra sincera gratitud y apuesta por su éxito como agente turístico de calidad deseándole todo lo mejor. Un claro ejemplo de que cuando se quiere se puede hacer y ofrecer propuestas atractivas aunque quienes las vayan a disfrutar sean personas discapacitadas.

El plan consistía en descubrir una zona de la provincia de Burgos, al nordeste, en los municipios de Puras de Villafranca y Belorado, pero bajo un entorno calcáreo de montañas horadadas por el agua de millones de años, dando como resultado cuevas tan fastuosas como la de Fuentemolinos y minas de manganeso en el interior y el canto del agua en cascadas como las próximas a la Dehesa de las ayas. Y Belorado, pueblo en el que el Camino jacobeo se hace presente con albergues, el hotel en que nos alojamos con la escultura del peregrino en la puerta y el ambiente que se siente. En fin, visitar la mina, no sé qué de una vía ferrata y conocer el Museo Inocencio Bocanegra con recreaciones de la historia del siglo XX. Ah, y pasar la Noche de san Juan. Irresistible tentación.

Llegar a Belorado fue sencillo pues tiene parada el autocar de línea con destino Pamplona. Allí nos recibe Sara y su hermano Raúl que nos conducen al hotel Jacobeo para dejar los equipajes y comenzar. Un hotelito rústico con maderas que suenan y dan calidez, el pasamanos de la escalera me encanta con sus borlas y balaustres.

En un instante llegamos a la mina. Natalia nos la explicará advirtiéndonos que quiere que la visita sea sensorial: que sintamos lo que fue el trabajo en la mina, los olores del carburo que iluminaba los cascos de los mineros y el polvo que debía emanarse tras la extracción, la humedad de las galerías, la textura bien distinta entre la piedra, más rígida, y el mineral, más dúctil. Que toquemos las vetas, que sopesemos el peso de las herramientas. El casco es imprescindible si no se quiere uno dejar la piel en el recorrido. Nos explica el proceso que dio lugar a que entre 1844 y 1968 Puras tuviera una actividad pujante, tanto que endureció las placas de acero del Titánic y alimentó las primeras pilas, y baterías. Desde la producción, la extracción y el lavado, las explicaciones de Natalia se van sucediendo al tiempo que recorremos los espacios, a menudo angostos y preñados de humedad. Es inevitable que nos pida que imaginemos lo que debió ser el trabajo en la oscuridad de las galerías, apenas iluminada por el pequeño resplandor del carburo. Niños trabajando en condiciones muy duras. Nos enseña también las torretas por las que se extraía el manganeso para caer en las vagonetas. Nos impresiona el ingenio organizativo de la mina y lo que debió ser a finales del siglo XIX y primera mitad del XX aquel pueblo.

El sonido del agua nos acompaña en un arroyo diáfano cuya sonoridad se hace cristalina, tal vez debido a la orografía del entorno. Cruzar el puente de madera escuchando lostrinos, además, de pájaros poco habituales en mis sonidos urbanitas es genial. Realmente merece la pena hacer esta visita. Y encima con una maqueta que se deja tocar para comprender el terreno: valles y montañas, los pueblos, el bosque. ¡Genial!

Comemos en El comienzo, un sitio fantástico por el trato de su dueña, Yolanda, por la comida que se ofrece generosa con sabores a legumbres, carrilleras y cocochas sin que podamos perdonar el postre de un hojadlre excelso.

La tarde prometía calma, paseo, charla, escucha. Aunque había una propuesta opcional: hacer una vía ferrata, vamos, subir por una pared vertical y dejarte caer sostenido por un arnés y una cuerda. 15 metros de altura. Yo decía que no lo haría, pero… puede que la culpa fuera de los garbanzos con gambas, el caso es que me desmelené, calvo que es uno, y dije sí. Sergio nos explica que es sencillo, sí sí, porque no lo vemos jajajajaj. Me pone una especie de braguero y me asegura que la cuerda aguanta 2000 kgs. Me explica que en la pared hay como unos agarraderos de acero, que se llaman grapas y que son como peldañitos. Que cuando él me diga, tendré que echar el culo hacia atrás y dejarme llevar para bajar. Pero la cosa, por aquello de las primeras veces, se me hizo ardua. Primero que no encontraba las grapas porque, además las del principio, no estaban en hilera si no en oblicuo y la pierna no me llegaba hasta que di con el truco, luego la cosa era soltarlas y dejarme caer, ufff, qué miedo y luego, al descender cuidar de que no cayera a plomo como un péndulo, si no llevar las piernas abiertas (el Albertito tan pudoroso abriendo las piernas….) y apoyar los pies en la pared. Y encima que Sergio me pidiera que hiciera florituras alzando los brazos en señal de victoria… en fin, puede que no fuera ninguna proeza pero me sentí muy orgulloso por haberme atrevido y encima superarlo. En un momento dado, sí le pedí que me dejara parado un momento. Era impresionante saberse colgado sobre un pequeño arnés y una cuerda sin nada más que el vacío a mi alrededor. Otra batallita que contar, sumada a la de pilotar avionetas y plantar árboles.

La noche prometía, que para eso el fuego se haría presente. En Belorado celebraban la fiesta con dos hogueras, una más pequeña y otra mayor, reparto de chocolate y zurracapote, charanga y fuegos artificiales. No veríamos ni el rojo de las llamas o el anaranjado, verde o azul de los fuegos, como tampoco la pasión del ambiente, pero sentiríamos el calor, escucharíamos y hasta haríamos algo. Nada, jejejej, tocamos la estructura de palés de madera a modo de pirámide, prender una de las hogueras María Jesús, que para eso es de allí y tuviera mucha culpa de toda esta historia y yo me empeñé a que también el braille estuviera presente para fusionarse con el fuego en todo un símbolo de utopía y tenacidad. No podíamos imaginar que Héctor, el Concejal de fiestas nos tomaría a su cargo y haría que la noche fuese mágica con su corazón de hombre tan grande como bueno. Llevé mi papelito en braille con un deseo, Héctor me acercó a la gran pira, cómo calentaba la condenada (¿o sería alguna mujer? Jejejeje) y llo lancé, parece que no con mucho acierto ya que si no es por mi improvisado acompañante, los puntitos habrían quedado indultados de la quema. En fin, esperemos que no sea presagio de lo que va a suceder con lo que ellos transmitían.

El domingo a la mañana, tras desayunar, con sueño y con sueños, nos dirigimos a un museo increíble. Sorprende que sea tan poco conocido por lo que encierra.

Concha, la guía, durante más de tres horas, nos hizo una pormenorizada visita por las distintas áreas de lo que, un día fue silo del Servicio Nacional de Productos Agrarios (SEMPA) en los años de nuestra posguerra y que ahora alberga recreaciones de episodios históricos tales como el propio Titánic, un pedazo de tanque de más de 40 toneladas de peso, una trinchera de la Primera Guerra Mundial, puestos de control de Pearl Harboor, desembarco de Normandía, la carrera por el espacio y el muro de Berlín. El museo Inocencio Bocanegra reúne recreaciones y piezas originales de las radiocomunicaciones que tanto han influido en el siglo pasado y que aún hoy día preceden a elementos casi imprescindibles de nuestra vida cotidiana. Es imposible relacionar de forma pormenorizada todo lo que nos enseñaron, y eso que no fue todo. Pero si he de quedarme con algo, yo me decidiría por los camarotes del Titánic que están perfectamente ambientados en los más mínimos detalles. No pude resistirme a hacerme una foto junto a una dama vestida de gala con su paraguas y su sombrero perfectamente caricaturizada. También impresiona tocar equipos de radio reales que se utilizaron en la misión Apolo, y el que nos pudiéramos pasear por el tanque, imaginando lo que debía ser ver semejante monstruo de acero acercándose por los pueblos de la Europa en guerra. No sé, el peso de los cascos de los tanquistas, el buzón que usaban los soldados en las trincheras para cartearse con el exterior, el imaginarse al lado del muro de Berlín poniendo espacio a las novelas de John Le Carré…. En fin, un sinnúmero de utensilios cargados de Historia e historias, incluida esa bicimoto de 1919 tan curiosa.

Durante este día y medio hubo lugar a las anécdotas, cómo no… Montse me lee la barba sin que yo pueda saber qué le dice pero llevándome de propina la certeza de que debo esforzarme más para afeitarme en condiciones, Sergio me dice que no coja el cable negro, si no el otro, como si yo supiera cuál es cuál, las expresiones de Héctor con sus 140 kgs de peso, tipo del vasco de pro, noble y campechano por demás: me coge el papel con braille y dice que si estoy seguro de que no es un cacho de lija o de pared de su casa _anda la hostia_, la sorpresa de Yolanda, la dueña del Comienzo ante nuestra buena maña entre sus platos probándolos todos y eso que la comida entra por la vista… el olor del carburo puede que preludie las legumbres que vamos a catar después, cualquiera se pone detrás para dejarse guiar a la tarde… jejejejeje.

Y de todo, los recuerdos: la satisfacción de haber encontrado Camino Travel Tours con el compromiso de Sara de programar nuevas aventuras que, nos asegura haberla enriquecido tanto como a nosotros. El 13 no fue en absoluto un mal número para sumar los que fuimos. Por el contrario, la camaradería y ayuda mutua entre los que veían poco o mucho con los que no veíamos nada, fue fantástica. Da gusto ayudar y que te ayuden de manera sencilla pero auténtica.

Acabo con la frase que dice: persigue tus sueños en lugar de huir de tus miedos. Hasta el próximo viaje.